TESTIMONIOS VOCACIONALES
Aún recuerdo aquella tarde de Mayo en que afanosamente con un grupo de amigos tratábamos de solucionar algunos problemas de lógica matemática que al día siguiente debíamos presentar en la facultad, habíamos estado desde las 9 de la mañana y ya nos sentíamos agotados.
De pronto el repicar de unas campanas irrumpió en la atmosfera caliente del barrio porteño, sinceramente sorprendida les dije:
“Escuchen esas campanas, ¿yo no conozco por estos lados una iglesia?
Ellos un tanto molestos y en tono burlesco dijeron:
“tan devota eres, ¿Cómo no vas a conocer las iglesias?, además que nos interesa si en este momento tenemos mucho que hacer”.
Nuevamente insistí:
“Vamos a ver donde suenan esas campanas, verán que descansaremos un rato y después resolveremos con más facilidad los problemas que faltan”.
Creo que con el anhelo de encontrar paz me acompañaron, se les notaba la mala gana pero yo sentía un no sé qué en el corazón.Guiados por el segundo repique dimos con la dirección,¡allí estaba en el barrio “El Camal” cerca Del “callejón de la muerte” ¡
Era una capilla pequeña con su torre y sus parlantes, al verla mi corazón se regocijó en una forma indescriptible, la emoción era que si hubiese conocido un diamante, su pequeñez me llenaba de ternura, siempre veía los templos majestuosos y ésta: pequeña, enclavada en un barrio marginal llamaba a su gente con sus armoniosas campanas; la puerta estaba abierta de par en par y en su interior todo estaba dignamente distribuido, la pulcritud brillaba en todo: los letreros, las imágenes.
El armonio, las flores frescas daban cuenta de una presencia femenina y lo más impresionante una hermana de aproximadamente 50 años, con maternal ternura limpiaba las bancas que pronto serian ocupadas por los niños, jóvenes y ancianos que como de costumbre encontraban en aquella capilla el oasis a sus múltiples e inenarrables penas.
Era una capilla pequeña con su torre y sus parlantes, al verla mi corazón se regocijó en una forma indescriptible, la emoción era que si hubiese conocido un diamante, su pequeñez me llenaba de ternura, siempre veía los templos majestuosos y ésta: pequeña, enclavada en un barrio marginal llamaba a su gente con sus armoniosas campanas; la puerta estaba abierta de par en par y en su interior todo estaba dignamente distribuido, la pulcritud brillaba en todo: los letreros, las imágenes.
El armonio, las flores frescas daban cuenta de una presencia femenina y lo más impresionante una hermana de aproximadamente 50 años, con maternal ternura limpiaba las bancas que pronto serian ocupadas por los niños, jóvenes y ancianos que como de costumbre encontraban en aquella capilla el oasis a sus múltiples e inenarrables penas.
Mis 17 años habían sido de preocupaciones dispersas y entre mis planes jamás entro la idea de entregar mi vida por el Reino de Dios, tenia anhelos de justicia... claro que si, de libertad. De todo lo que uno aprende en los colegios fiscales, en la Universidad Estatal... pero de vida religiosa... ¡Jamás!, tantos y tantos antitestimonios: la comodidad, los esplendorosos colegios, etc., siempre habían hecho surgir en mi una especie de antipatía; pero en ese día de Mayo estaba estupefacta ante lo que en esa pequeña capilla ocurría: aquella hermana en su trabajo cotidiano, con la sencillez, con la alegría, con lo gozo de quien lleva una chispa en el alma...
Desde entonces mi vida cambió totalmente: integre el Grupo Juvenil dirigido por las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, decidí trabajar en la Catequesis, tomé un rumbo diferente al que llevaba, mi mundo se ilumino totalmente; para mis amigos y compañeros todo parecía un juego que pasaría, pero había encontrado en el mes de María Auxiliadora un tesoro y con el me quedé hasta estos días en los que al evocar este recuerdo confirmo una vez más que Jesucristo sigue llamando a través de diversos instrumentos y con la fuerza del Espíritu Santo para que en cada ser humano se cumpla el proyecto que Dios Padre en su infinita misericordia ha trazado con ilusión y continua otorgando los medios y así cada hombre y cada mujer lleguen a la plenitud de la felicidad verdadera.
Mónica Abata Reinoso HH. SS. CC.
Desde entonces mi vida cambió totalmente: integre el Grupo Juvenil dirigido por las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, decidí trabajar en la Catequesis, tomé un rumbo diferente al que llevaba, mi mundo se ilumino totalmente; para mis amigos y compañeros todo parecía un juego que pasaría, pero había encontrado en el mes de María Auxiliadora un tesoro y con el me quedé hasta estos días en los que al evocar este recuerdo confirmo una vez más que Jesucristo sigue llamando a través de diversos instrumentos y con la fuerza del Espíritu Santo para que en cada ser humano se cumpla el proyecto que Dios Padre en su infinita misericordia ha trazado con ilusión y continua otorgando los medios y así cada hombre y cada mujer lleguen a la plenitud de la felicidad verdadera.
Mónica Abata Reinoso HH. SS. CC.
Fonte: Sígueme . Revista de Pastoral Vocacional . Septiembre . Diciembre 1999 - Quito p. 41-42 Departamiento de las Vocaciones de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana